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martes, 26 de mayo de 2009

Final fight: ¡Qué juego!

Me encanta la inverosimilitud en los juegos de video. Como por ejemplo, que un jugador de lucha libre profesional sea el alcalde de una ciudad acosada continuamente por toda clase de villanos perversos. Pero lo mejor es que ese mismo alcalde-luchador (o luchador-alcalde) sale a combatir personalmente a las fuerzas del mal, armado únicamente con sus puños y sus músculos saturados de esteroides. También es acompañado por unos chicos tan inteligentes como valientes, que son expertos en artes marciales y en ir soltando patadas para un lado y para el otro.
Aunque, tal vez, lo mejor de todo sean los villanos. Pandilleros de mala muerte, secuaces de un super-villano superior que hay que enfrentar en la pantalla final, que llevan peinados estrafalarios y nombres mundanos como Billy, Johnny, Ed, Mac, May etc., y que se visten con ropas rimbombantes, con chaquetas de cuero, pantalones de paracaidista, musculosas de colores fucsia o lila, cadenas de plata y aretes de oro. Algunos de ellos cuentan con armas como garras al estilo Freddy Kruger para cortar y arañar, otros vienen provistos de garrotes o tubos de plomo, otros con cuchillos, otros con granadas que tiran hábilmente antes de salir corriendo para no explotar en mil pedazos ellos también. Malos que uno mata una y otra y otra y otra vez, y siguen apareciendo y apareciendo y apareciendo con obstinada insistencia. Es como si a cada paso que uno da por callejones, muelles y aeropuertos, hubiese miles de clones de los malvados escondidos en cada esquina, o detrás de cada pared, listos para atacar en cuanto el anterior cayó abatido al suelo. Así, a lo largo de todo el juego, uno tendrá que luchar y vencer a cientos de Billys, Johnnys, Eds, Macs, Mays, etc, sin cesar, golpe a golpe, patada a patada, hasta que todos caigan, con un último alarido de dolor, y desaparezcan difuminándose.
Los villanos finales de cada pantalla son un mundo aparte: una masa de músculos y mucho mal genio, con el único objetivo de matar a quién se le cruce adelante. Algunos de ellos pueden tener aditamentos cibernéticos, como poderosos brazos de metal u ojos que disparan rayos láser. Otros dan saltos y volteretas por el aire con tanta rapidez y agilidad que es casi imposible poder golpearlos. Pero todos cumplen la tarea de tratar de aplastarle los sesos al héroe, si es que todos los pequeños malos anteriores, que no son más que hormigas cabezonas en comparación con él, no lo hicieron. El héroe puede usar todas sus habilidades para tratar de derrotar a estos villanos de pantalla final, puede hacer combos de puñetazos y patadas o puede hacer uso de un poder especial, que es como un súper-golpe que saca mucha energía al malo, pero que también saca un poco de energía al héroe. Por eso, no es recomendable utilizarlo a menos que sea una emergencia. Lo más pintoresco cuando uno logra derrotar a uno de estos villanos, es el dramatismo que se agrega a la escena al hacerla en cámara lenta. El héroe da el golpe final y entonces, parece que el tiempo se detiene. Se escucha el consabido lamento de agonía del villano, mejorado con un eco polifónico, por supuesto. Luego, el villano cae, pero despacio, sufre una caída interminable, que dura el tiempo suficiente para que lo poco que queda de su dignidad quede reducido a polvo. La pantalla brilla a un ritmo psicodélico y el villano besa la lona: cae al suelo y queda allí tendido, muerto, o tal vez inconsciente. Da igual. Lo importante es que hemos vencido. ¡Qué juego, el Final Fight, no puedo dejar de decirlo!
Lo divertido e increíble, es que a lo largo de toda la violenta peripecia, uno puede ir destrozando ventanas, puertas, cabinas telefónicas, recipientes de basura, tanques de desperdicios tóxicos... ¡No sólo es divertido matar a golpes a los malos, sino también romper partes de la escenografía! Eso sí que le da un toque de realismo dramático que dejará pasmado a cualquier jugador inexperto. A veces, también se tiene la suerte de ir encontrando items u objetos varios debajo de las cosas que uno rompe, que siempre tienen algún beneficio para el héroe: uno puede encontrar comida (hot-dogs, pizza, hamburguesas, chocolates) que hace que la barra de energía aumente de manera casi mágica, o también puede encontrar pequeñas armas de oportunidad que puede utilizar para defenderse: garrotes, cuchillos, botellas rotas, palos, piedras, y demás. Así, uno siempre está listo para entrar en acción y poder hacerse cargo de eliminar a los malos en todo momento. ¡Uno no puede dejar de luchar, tiene que seguir y seguir, como un poseso, golpeando, machando, aplastando, hasta terminar el juego! Final Fight: un festival de violencia sin fin. Y lo mejor es que no duele. Nadie sufre. Los malos ni siquiera sangran y si uno los mata, reviven como por obra de la Divinidad, se reproducen como conejos. ¡Ojalá la vida real fuera así!
La música ambiental logra que el jugador quede atrapado a cada segundo dentro de la atmósfera de violencia callejera que se respira durante todo el juego, y además, como cereza de la torta, si uno pone pausa, se escucha una fanfarria impactante, que lo deja a uno con ambiciones de seguir jugando, por más ganas de ir al baño que pueda tener.
También es muy sorprendente la manera en que la industria japonesa del videojuego trata siempre de conquistar al mercado occidental, añadiendo características típicas del estilo de vida de este lado del Meridiano. Así, pueden escucharse voces intransigentes que gritan en inglés, pero con un marcado acento nipón, pueden leerse los rótulos de PLAY, PAUSE, SCORE, MISSION COMPLETE, etc., en inglés, pero los inteligentes parlamentos que dicen los personajes, siguen estando en japonés. De esta manera, se consigue una interesante mezcla de idiomas, un impactante crisol de culturas que logran que el juego alcance su tope máximo de excelencia e incluso, lo rebase. En este punto, la inverosimilitud que mencioné antes llega a límites astronómicos y hace que el jugador quiera seguir jugando, quiera seguir repartiendo puñetazos a troche y moche y sobre todo, quiera seguir escuchando a japoneses haciéndose los “Born in the USA”, que comen hamburgers, hot-dogs, toman Coca-Cola y escuchan a Bruce Springsteen..
Este glorioso juego de la CAPCOM (que para los incautos que creen que CAPCOM es una sigla formada por las tres primeras letras de las palabras Capitán Comando, déjenme decirles que en realidad es una sigla formada por las tres primeras letras de Capsule Computers, el nombre original de la compañía japonesa) quedará en la historia de los Grandes Juegos de Lucha Ultra Violenta y Disparatada, junto con el ya mencionado Capitán Comando, Streets of Rage, Splatterhouse, Sonic Blaster, y tantos otros. ¡Ojalá siguieran haciéndose juegos así! ¡Larga vida al Final Fight! ¡Qué gran juego!

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