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lunes, 30 de marzo de 2009

La carta

Estimada Melina:

Tú no me conoces, pero soy un conocido de tu amigo Federico Alles. Me llamo Lucas Detweiller y soy escritor. Concretamente, escribo novelas y cuentos de misterio y terror, bastante buenos. Dejando la modestia de lado, creo que son excelentes. Seguramente, te estarás preguntando cuál es el motivo de que te escriba, ya que no nos conocemos y no tenemos nada en común..., excepto Federico, claro. Bueno, él es precisamente el motivo de esta carta. Él y lo que me dijo de tí. Permíteme explicarme, por favor: seguramente sabrás que Federico también es escritor, aunque de una manera más bien "free lance", por decirlo así. Él escribe más bien como pasatiempo, como hobby. En otras palabras, no se toma la profesión en serio. En cambio, yo sí. Me la tomo muy en serio. Ser escritor es lo que siempre quise, desde que tengo cinco años, más o menos, y desde entonces, me lo he tomado muy en serio. No hace mucho, escribí un libro de cuentos (el mejor que he escrito hasta ahora, según creo) llamado "La antesala del mal: doce cuentos terroríficos". Es increíble, todo muy aterrador y realista; todos los cuentos (Doce en total) son realmente magníficos. Hace exactamente un mes, le enseñé mi creación a Federico. Usualmente, hablamos de lo que escribimos y nos intercambiamos manuscritos y cosas así. Él me dijo que leería el mío con mucho placer y yo le dije que esperaba que le gustara tanto como a mí y que se sintiera libre de hacer cualquier crítica (siempre que fuera constructiva, por supuesto) y de decirme si algo no le gustaba. Él me prometió que lo haría. Después de eso, no nos vimos durante unas dos semanas. Durante ese tiempo, yo estaba muerto de ansiedad por saber si mi libro le había gustado. Finalmente, lo llamé por teléfono y le pregunté si había leído el libro y qué le había parecido. Él me dijo que había leído casi todos los cuentos, aunque algunos no por falta de tiempo, porque tenía que estudiar mucho para el IPA, o algo parecido... Para ser franco, eso me molestó bastante. Yo le había entregado mi manuscrito de buena fe, había tenido quince días para leerlo y ni siquiera se tomó el trabajo de leer todos los cuentos. La verdad es que Federico tiene una actitud muy irresponsable hacia la tarea de escribir y lo que esta implica. Él dice que le gustaría ser escritor, pero si realmente quiere hacerlo, va a tener que empezar a priorizar sus actividades. Bueno, el caso es que traté de no enojarme demasiado y le pregunté qué le habían parecido los cuentos que sí había leído. Entonces él dudó, pareció vacilar, como si temiera decir lo que estaba pensando. Pero al final lo dijo. Me dijo que necesitaban más trabajo. Que necesitaban una revisión profunda tanto de la trama de cada cuento como de la redacción de los mismos y que tenía que hacer una mejor construcción de los personajes y los diálogos. Yo estaba atónito. No podía creer su descaro. ¿Cómo se atrevía a decirme algo así, después de que yo le había enseñado mi manuscrito, como dije, de buena fe? Y lo peor es que lo dijo con un tono condescendiente que casi me hizo vomitar, como si estuviera hablando con un retrasado. Estuve a punto de colgar porque temblaba de furia, pero no sé cómo logré decirle que me devolviera el manuscrito. Él dijo que no había problema y le pedí que viniera a mi casa a traérmelo. Él me dijo que estaba demasiado ocupado para eso, que mejor yo pasara por su casa. Y todavía eso, ¿te das cuenta? Pero le dije que estaba bien, que no había problema. Así que hacia allí fui. Cuando llegué, traté de hablar con él, traté de que me dijera en la cara lo que se había atrevido a decirme por teléfono. Pero él no me dijo gran cosa, parecía que quería deshacerse de mí. Fue entonces, cuando me lo llevé. A Federico, quiero decir. Me lo llevé conmigo, a mi casa. Al principio, él se resistió, pero al final logré convencerlo. Un par de golpes en la cabeza pueden persuadir a cualquiera de hacer lo que uno quiere, ¿sabías? Como dije, llevé a Federico conmigo y ahora lo tengo encerrado en mi estudio (que es el cuarto que hay en el fondo de mi casa). Él me preguntó qué quería. Yo le dije que era muy sencillo: ya que yo era tan mal escritor y él tan bueno, que rescribiera mis cuentos, como a él le parecieran. Que los escribiera de nuevo y lo hiciera bien. Si hacía eso, lo dejaría ir. Él me dijo que estaba loco y empezó a decir toda clase de cosas sobre la dignidad de mi madre. Yo lo golpeé hasta que los nudillos me sangraron. No tiene derecho a decir esas cosas. Pero la buena noticia es que hace un par de días accedió. Accedió a rescribir los "La antesala del mal: doce cuentos terroríficos", con tal de que lo dejara ir. Seguramente, todavía te estarás preguntando qué tiene que ver todo esto contigo, Melina, pero ya llegamos a eso: durante el proceso, le pregunté si había hablado con alguien sobre los cuentos o sobre mí. Le pregunté si le había dado su opinión sobre mis cuentos a alguien más, a alguno de sus amigos o amigas. Al principio se resistió, pero finalmente (después de un par de horas de tortura), me confesó que había hablado contigo, Melina Arzuaga, que te había contado sobre mis cuentos, que te había dicho que eran una porquería, para decirlo en pocas palabras. ¿Lo recuerdas? Te lo dijo en el chat, hace un tiempo. El caso es que me narró con lujo de detalles lo que te había dicho: que mis cuentos eran basura, que estaban tan mal escritos que era imposible leerlos, que la redacción era pésima y encima de todo estaban plagados de faltas de ortografía, entre otras cosas. En una palabra, una sarta de mentiras maliciosas, producto de su envidia, porque yo realmente pude escribir una docena de cuentos excelentes y él no. Y lo peor de todo es que te dijo cosas descabelladas sobre mí... que soy raro... violento... ¿por qué dijo esas cosas? No lo entiendo, realmente. Pero las dijo. Y tú las creíste y te reíste y le dijiste Ja, ja, ja y un montón de otras cosas. O sea que también voy a tener que encargarme de tí. Aprovecho esta carta para comunicártelo: dentro de poco, voy a ir a buscarte, al igual que hice con Federico. No puedo esperar a ver la cara que ponga cuando sepa que vas a estar junto a él en la fosa que estoy cavando en el jardín, en donde pienso enterrarlo cuando termine de escribir mis cuentos. No puedo dejar cabos sueltos, Melina. Seguramente, lo entiendes. Y Federico también va a tener que entenderlo. Espero verte pronto y confío en encontrarte bien.

Sin otro particular, saluda atentamente:
Lucas Detweiller.
PD: Te recomiendo que no trates de esconderte, o de llamar la atención. Eso quiere decir que no le digas a nadie sobre esto, ni hables con la policía... sobre todo porque será inútil. Podrás correr, pero no vas a poder esconderte. Y mucho menos escapar.
L. D.